“Tener un centro cultural es una responsabilidad artística”
En los días que
corren parece que todo, o al menos mucho, se pone en contra de la difusión de
la cultura. Sin embargo, todavía quedan personas que la apoyan y que la
transforman en un proyecto de vida con la intención de defenderla, de protegerla
y de hacerla crecer. Personas como Fernando Locatelli, que lleva ya tres años
luchando por el crecimiento de Kowalski Club de Cultura. Un espacio que se
construye día a día desde la concepción del arte como responsabilidad, o así al
menos es como lo entiende Locatelli, recibido de profesor de teatro en la UNA, director
de teatro desde hace doce años, profesor desde hace quince y actor desde hace
veinte. Parece que no es de ahora su entrega al teatro.
Hoy tenemos el
placer de charlar sobre el interesante proyecto de este teatrista que nos
recibe en el hermoso patio del Kowalski, en pleno corazón de Almagro.
¿Cómo nació
Kowalski Club de Cultura?
El tema fue casual. Hace unos tres años, el
espacio en el que yo daba clases en el Teatro El Extranjero cerraba y comencé a
buscar otro lugar. En principio, me planteé algo chiquito, de 8x4, que pudiera
alquilar por horas. Sin embargo, alquilarlo por horas era caro y tuve que
plantearme buscar algo para poder rentarlo por año completo. En esa búsqueda encontré
este espacio; el dueño quería cambiar de rubro y buscaba alquilarlo. En aquel
momento, era un jardín de infantes llamado Manzanita,
muy conocido en el barrio. Cuando visité el espacio por primera vez, lo vi
funcionando como jardín, vi las salas llenas de nenes durmiendo y jugando. Me
pareció un monstruo imposible con muchísimas posibilidades, situado en una zona
de capital excelente; pero me parecía inalcanzable y me lo medio saqué de la
cabeza. A pesar de ello, traje a mi padre para que también lo viera, y él empezó
a darme manija y a querer ayudarme económicamente, así que surgió la idea de
hacerlo como proyecto familiar junto a mi padre y mi mujer. Y así lo hicimos.
Habías encontrado
el lugar, pero ¿cómo fue el comienzo de Kowalski? ¿Por dónde hubo que empezar?
El lugar estaba medio destruido, muy
venido abajo, con muy poco mantenimiento. Primero había que arreglarlo para que
fuera funcional: tirar paredes y una serie de cambios estructurales. Por otro
lado, había que sacarle la impronta de jardín de infantes, cosa que era muy
difícil por la historia que ya tenía en el barrio. En una primera etapa, se
hizo lo que se pudo; empezamos a arreglar y llegamos hasta una zona que nos
daba tres salas de ensayo. La idea fue que yo empezara a dar clases y que se alquilaran
las salas. Cuando colgamos el cartel del Kowalski y lo publicamos en Facebook,
empezaron a venir profesores a ofrecer sus propuestas formativas. Entonces comenzaron
los talleres y la transformación del K en un centro cultural. Ahora mismo hay
talleres de literatura, de danza contemporánea, de acrobacia aérea para chicos
y para adultos, y tres talleres de teatro. Además, en aquella época yo hacía
fechas de música y de bandas, o de muestras de arte y pintura, artísticas en
general, los viernes y sábados a la noche, armando una barra que era nuestra
ganancia, ya que a los artistas no les cobrábamos nada. Todo eso empezó a generar
una movida en el lugar que pedía más, que pedía un bar.
Y entonces ¿comenzó
una nueva etapa para el Kowalski?
Sí, hace unos cuatro meses y de manera
simultánea se hizo el bar y, con muchísima ayuda económica y moral de amigos,
se acondicionó la sala de ensayo más amplia que teníamos como teatro. Esto
resultó ser muy complejo y suponía mucha plata, pero era realmente un sueño.
Desde fuera, a quienes me conocen personalmente, pero que no sabían de los
números que había detrás, se les hacía raro que no hubiera una sala de teatro
en el espacio. Así que finalmente, gracias, como ya he dicho, a la ayuda de
mucha gente involucrada conmigo profesional y personalmente, este pasado verano
construimos una grada, pusimos butacas fijas, un camerín y un espacio para escenografía.
Así surgió el Teatro Kowalski. También tuvimos que encarar reformas para poder hacer
el bar abierto a la calle, no fue sencillo; pero ahora junto con las salas de
ensayo, el Kowalski cuenta con un bar hermoso en el que se come muy rico y su
propio teatro, por lo que funciona con una dinámica muy diferente, más
agotadora, pero mucho más placentera.
Imagino que todo
no fue miel sobre hojuelas. Hasta llegar a lo que ahora es el Kowalski, ¿con
qué dificultades tuviste que lidiar?
Con muchas. En lo personal, lo que comenzó
como un proyecto familiar cambió radicalmente. Me separé y mi padre falleció en
el camino, por lo que se me desacomodó la cosa en todos los sentidos. Mi mujer
y mi padre eran dos pilares en el proyecto, así que la cosa quedó solo para mí.
En ese momento, o lo dejaba, o apostaba sin saber muy bien porqué; pero
encontré gente que desinteresadamente me ayudó a hacer crecer el espacio en vez
de dejarlo morir, que fue algo que estuve muy cerca de hacer porque ni los
números ni mi ánimo daban para seguir adelante. Sin embargo, esa gente me dio la
energía que a mí me faltaba y la decisión fue hacer crecer al espacio, apostar
a más y bueno, eso es lo que está pasando. Y en lo profesional, digamos, me
encontré con las dificultades propias de alguien que nunca había manejado algo
así. Yo no sabía nada de montar algo tan
grande como esto. Así que fue prueba y error todo el tiempo, y aprendizaje
permanente sobre lo que significa tener un bar o tener unas salas de ensayo o
lo que es armar una programación de una sala de teatro.
Y, sin duda, Locatelli
ha aprendido a hacerlo y muy bien, por cierto. La programación del Teatro Kowalski nos plantea cuatro estupendas
propuestas para los viernes, sábados y domingos: “La
criatura aprende a hablar”, dirigida por Gabriel Yeannoteguy; “Que digan que
algo dije”, dirigida por Romina Sznaider y Alejandro Zingman; “Facfolc,
un manto de neblina”, escrita y dirigida por Fernando Locatelli; y “La casa esconde”, dirigida por Miguel
Israilevich. Teatro que es una de las
mayores satisfacciones de Fernando dentro de este proyecto, pero ¿qué más hubo
detrás del presente del Kowalski?
Supongo que montar
un centro cultural aparte de satisfacciones conlleva muchos sacrificios ¿cómo
te modificó la vida?
Sí, a mí el Kowalski me ha dado muchas
satisfacciones y me las da, y me da mucho placer que el espacio guste, que la
gente venga acá y disfrute, que sea un lugar amigable; pero en muchos momentos,
sobre todo al principio, me hizo preguntarme qué estaba haciendo. Tengo hijos y
no tenía tiempo para verlos, andaba teniendo que preocuparme de un proveedor
que no me entregaba, poniendo copas
hasta las cinco de la mañana, o cargando treinta cajones de cerveza en mi auto.
Hubo un año que dejé de dar clases, la primera vez después de diecisiete años. Yo
venía poniendo dos obras por año, era como un propósito que tenía como director
y dramaturgo, objetivo que fui cumpliendo durante seis años. El año que no puse,
me di cuenta de que me estaba alejando de mi esencia. Así que gracias a gente
que me ayudó a pensar y a observarme, digamos, di la concesión del bar y de las
fechas de eventos, y de un año a esta parte me he podido ocupar más del teatro.
Afortunadamente, pasó esa etapa y he
conseguido volver a encauzarme un poco en lo mío y poder ponerle creatividad y energía a aquello de lo que yo sé más y me
apasiona.
Se inauguró la
sala de teatro con tu obra Facfolc, un
manto de neblina, ahora mismo en cartel. ¿Cómo tu concepción del teatro
afecta al Kowalski?
Yo escribo teatro, es el fin último que tengo.
Hacer teatro para que mueva en algún punto al espectador de la realidad con la
que entró en la sala, que le trasporte a una realidad mínimamente modificada en
su cabeza, en su espíritu o en su alma. Si esto no es así, para mí no tiene sentido hacer teatro. Desde
ese lugar escribo, desde ese lugar creo, desde ese lugar dirijo y es como una
filosofía, es como el fin del arte. No lo digo yo, ni lo estoy inventando; pero
me agarro a eso para mi tarea en el teatro. Al encontrarme con el centro cultural
siempre tuve esa misma coloratura. Me han ofrecido muchas cosas que no
aportaban nada, que no eran necesariamente malas, pero que no movían nada. Es
cierto que todos esos proyectos podrían ayudar económicamente al espacio, no me
olvido de eso, pero la idea es tratar de acercarme lo más posible a esa
filosofía, tenerla siempre presente.
¿Qué significa a
día de hoy para ti tener un centro cultural?
Tener un centro cultural, aunque sé que es
un negocio, no digo que no, sobre todo es una responsabilidad artística. Si se
quiere, es responsabilizarse de qué dar a la gente de este barrio, de esta
ciudad, de este país. Al tener un espacio creo que pasas a ser parte del
contexto artístico, eso implica una responsabilidad profesional y artística que
yo asumo. Una de las formas en las que lo hago ahora mismo es en no ser subvencionado. Fue una decisión que la vengo
pudiendo sostener, pero que tiene que ver con una cuestión más ideológica y
personal. Un deseo de que el centro sea realmente independiente y de no estar
atados a ciertas devoluciones que hay que hacer por el hecho de estar
subvencionado, que las entiendo, pero que conllevan determinadas consecuencias
artísticas. Con esto no quiero decir que lo que yo elijo esté necesariamente
bien, la puedo estar errando, a muchos le puede no gustar; pero es mi elección
a día de hoy. Yo me formé en lo que antes era el IUNA, hice una gran carrera,
hermosa, con docentes impresionantes. La verdad es que me formó y me sirvió
muchísimo a nivel personal y profesional, y estoy muy agradecido. Ahora, tener
un espacio que ofrece cultura es también una forma de retribuir lo que en su
momento me dio el estado y la forma que yo encuentro de dar, de devolver lo
recibido.
Para terminar, no
puedo dejar de preguntarte ¿por qué Kowalski?
Se llama Kowalski por Stanley Kowalski, el
protagonista de Un tranvía llamado deseo,
de Tennessee Williams. En su momento, volviendo a que era un proyecto familiar,
mi mujer y yo quisimos unir nuestros dos mundos; ella se dedica al cine, es
realizadora cinematográfica, y Un tranvía
llamado deseo es una obra que cambió la historia del cine; hecha por Marlon
Brando, quien encaró el personaje de Stanley. Casi se llama Un
espacio vacío, un libro de Peter Brook, teórico y director de teatro
con el que yo comulgo mucho. Detrás de Un
espacio vacío hay todo un concepto, pero resultó que, dadas las “encuestas
caseras” que hicimos, solo el que entendía de teatro era capaz de comprender el
concepto y, a primera vista, el nombre sonaba a lugar inhóspito, con cierta connotación
negativa. Y bueno, terminó llamándose
Kowalski.
Encantados de
saber más sobre el Kowalski y alegres por la existencia de espacios como este,
nos despedimos de Fernando: un hombre que no se cansa de agradecer todo lo que
hicieron por él y a quien mueve el deseo de devolver todo lo recibido. Sin
embargo, somos nosotros los que aplaudimos el esfuerzo y espíritu que él es
capaz de inyectar a este hermoso proyecto en el que prima la pasión por el
teatro; pero no por cualquier teatro, sino por ese que mueve, por ese que es
capaz que dar y de colmar cualquier espacio vacío. No es poca cosa.
KOWALSKI CLUB DE
CULTURA
Billinghusrt, 835 – Capital Federal –
Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: (011) 2060
6493 // 155 959 3196
Kowalski Club de
Cultura:
https://www.facebook.com/kowalskiclub
Gracias Olga Marín. Por tu generosidad, tu calidez y tu ocupación y compromiso en difundir la tarea de lugares y personas que aún creemos que la cultura es modificadora de los pensamientos y el alma, en un país que a quienes lo conducen, pareciera ser que esto no les conviene.
ResponderEliminarGracias a ti, Fernando. Proyectos como el tuyo son los que hacen posible que el mundo sea un poquito mejor.
EliminarMaravillosa entrevista que me motiva y anima a afrontar mis miedos.
ResponderEliminarDesde Madrid deseamos larga vida al Kowalski con la ilusión de poder compartir proyectos algún día. ¡Suerte!